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Mumia Abu-Jamal desde el corredor de la muerte: La guerra contra nosotros/as mismos/as Libertad para

Tomado de una columna de audio del 24 de noviembre en www.prisonradio.org. Para información al día sobre el caso de Mumia, vea www.millions4mumia.org.

Mientras pasa el vigésimo año desde que el Oeste declaró la guerra contra el ahora fallecido Saddam Hussein, y el estado de guerra fomenta aún más violencia en Irak y Afganistán, hay otra guerra que está siendo librada hoy en día, una guerra que recibe poca cobertura en la televisión, en la radio y/o en los periódicos.

Esa guerra tiene su propia carnicería psíquica y física, sus pérdidas, sus perdedores — y, sí, sus ganadores.

Los/as perdedores han sido forzados/as fuera de sus casas. Han sido forzados/as fuera de sus empleos. Algunos/as han sido llevados/as al borde de la locura y más. Y sí, ha habido muertes; pero dicho otra vez, esto ha sido ocultado de la vista pública.

Eso es porque esta guerra ha sido esencialmente una guerra de clase — una guerra contra la clase pobre y trabajadora para beneficiar a la clase dominante y a la industria financiera.

Las armas de esta guerra han sido el desempleo, las ejecuciones hipotecarias y los ajustes a las líneas de crédito. Y mientras que se ha retirado dinero de las carteras y de los bolsillos de millones, el erario público ha sido usado para llenar los cofres de los bancos, pero también para financiar locas guerras en otras partes del mundo — como los casi $3 billones (3 millones de millones) para financiar las incursiones en Irak y Afganistán, frecuentemente para asegurar los gobiernos corruptos y narco-cleptócratas en el poder.

Hay que repetirlo: Trillones del erario público están siendo gastados para financiar guerras totalmente innecesarias, y cientos de miles de millones se regalan a bancos privados e instituciones financieras mientras que el desempleo, la falta de vivienda y la desesperación crecen a niveles verdaderamente epidémicos que no se han visto por generaciones.

Las escuelas se están desmoronando, cuando funcionan, lo cual es raro; las bibliotecas están cerradas; los servicios públicos merman y desaparecen como lluvia en los ladrillos en un día caliente de verano. Y las prisiones están abarrotadas hasta las costuras.

Las guerras son siempre contra los dos lados — los vencedores y los perdedores. Y en la era del complejo militar-industrial, la guerra se hace el combustible de la riqueza para un pequeño puñado de negocios.

Pero tiene costos mucho más allá que los ataúdes cubiertos con la bandera, las extremidades hechas añicos, el viento aullando por las mentes dañadas, y algo tan banal como el número de bajas de algún “enemigo” imaginado.

Trae consigo las mismas aflicciones de la instantánea recesión: desempleo, embargos, carencia de hogar y, sí, desesperanza. Es una guerra contra nosotros mismos.


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