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Rebeliones surgen luego del asesinato de Bhutto

Pakistaníes culpan al régimen auspiciado por EEUU

Por Deirdre Griswold

La crisis en Pakistán ha entrado en una nueva y más aguda etapa con el asesinato de Benazir Bhutto, jefa del Partido del Pueblo Pakistaní, que había regresado del exilio apenas dos meses antes. Ella fue asesinada el 27 de diciembre mientras pasaba por una gran concentración de gente que le daba la bienvenida en Rawalpindi luego de un mitin político.

El régimen del General Pervez Musharraf en Islamabad al igual que el de George W. Bush en Washington, se apuraron a acusar a militantes islámicos del brutal asesinato.

Sus declaraciones no lograron convencer al público. Hasta los periódicos imperialistas en los EEUU y en Bretaña tuvieron que admitir que el pueblo pakistaní había culpado directamente al gobierno de ser responsable de la muerte de Bhutto.

Manifestaciones y confrontaciones con las fuerzas armadas del estado siguen a través de Pakistán. Las manifestaciones masivas de indignación popular han enfocado su ira contra las oficinas del gobierno, del partido dominante de Musharraf y contra los símbolos de las élites militar y súper rica, incluyendo a cientos de oficinas bancarias. Cincuenta y ocho personas han muerto, mayormente por tropas y paramilitares disparando al pueblo.

Una videograbación privada del asesinato transmitido ampliamente en los medios noticieros pakistaníes y en el extranjero, incluyendo el canal 4 británico, muestra a Bhutto ultimada por balas asesinas antes de que estalle una bomba cerca de su carro, contradiciendo así la versión oficial de que ella había muerto, no por balas, sino por haberse golpeado la cabeza con la palanca del techo corredizo del carro después de estallar el artefacto. Los militares rehusaron permitir una autopsia, pero los doctores en el hospital donde la trataron dijeron que parecía que había muerto por disparos a la cabeza.

En un mensaje de correo electrónico enviado en octubre después de un fallido atentado contra ella, Bhutto dijo a una amiga británica que si algo le ocurriera a ella, la responsabilidad recaería en Musharraf.

EEUU apoyó

dictaduras militares

Pakistán, un importante cliente de los EEUU y aliado en la Guerra Fría comenzando en los años 1950, ha estado bajo dominación militar durante la mayoría de este tiempo y ha recibido miles de millones de dólares en ayuda y equipo militar. Sin embargo, entre los golpes de estado hubo cortos periodos de gobierno civil electo. El padre de Bhutto ocupó el puesto de primer ministro durante uno de esos; fue derrocado por un golpe militar y más tarde ahorcado. Benazir Bhutto sirvió dos veces como primera ministra –desde 1988 hasta 1990 y entre 1993 y 1996, cuando fue destituida de su cargo acusada de corrupción y enviada al exilio.

El General Musharraf, el más reciente en una serie de dictadores militares, se apoderó del poder en un golpe de estado en 1999 pero después reinventó su dominio creando un partido político y ganando la presidencia en una elección considerada generalmente como fraudulenta. Durante estos ocho años, la pobreza de las masas se ha profundizado mientras mucha de la riqueza del país ha ido a la élite militar. Musharraf mismo ha sobrevivido varios intentos de asesinato.

Después del 11 de septiembre, Musharraf fue obligado por la administración de Bush a unirse a la guerra “contra el terrorismo” de Washington. Esto antagonizó a muchos en este país mayoritariamente islámico, a pesar de que en la opinión de Washington no hacía lo suficiente para apoyar la guerra encabezada por los EEUU en Afganistán. El 24 de septiembre de 2006, Musharraf dijo al show “60 Minutes” de la cadena CBS que oficiales de los EEUU habían amenazado abiertamente con bombardear a Pakistán hasta dejarlo “en la edad de piedra” si no cooperaba más vigorosamente con los planes de guerra de Washington.

Durante el último año, sus fuerzas militares llevaron a cabo una masacre en una escuela musulmana en el mismo Islamabad y también lanzaron ataques contra poblaciones en el noroeste, donde hay una fuerte oposición a la guerra de EEUU en el vecino Afganistán.

La oposición al gobierno de Musharraf se volvió tempestuosa esta primavera y verano después de que los jueces de la Corte Suprema de Justicia desafiaron su autoridad, decretando que él no podía postularse de nuevo para presidente mientras encabezaba las Fuerzas Armadas. Hubo manifestaciones y huelgas alrededor del país. Las protestas fueron brutalmente suprimidas por el estado y miles de personas, incluso abogados y juristas fueron detenidos por demandar el fin de la ley marcial y la restauración de la democracia.

Musharraf despidió a los jueces y nombró una Corte Suprema nueva, cuyos miembros hicieron lo que les fue mandado y decidieron que la “reelección” a presidente, que había transcurrido durante el boicot de la oposición, era válida, mientras él (Musharraf) oficialmente dejara de usar el título de comandante de las fuerzas armadas, lo cual hizo. Así se preparó la fase para las elecciones parlamentarias, que fueron programadas para el 8 de enero, pero las cuales el régimen de Musharraf anunció el primero de enero que serían postergadas hasta febrero.

El acuerdo que fracasó

El regreso del exilio de Bhutto en octubre había sido negociado por la administración de Bush, la cual consiguió de Musharraf un acuerdo para anular las acusaciones de corrupción. Un artículo en el Washington Post del 28 de diciembre describió cómo la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, su poderoso diputado John Negroponte y el Embajador a la ONU Zalmay Khalilzad pensaron que habían arreglado un acuerdo por medio del cual Bhutto y Musharraf compartirían el poder en un gobierno de coalición que continuaría cooperando con Washington. Bhutto, dijo el artículo, había estado de acuerdo en que aviones estadounidenses podían bombardear objetivos en el territorio noroeste de Pakistán, un bastión del movimiento islámico opuesto a las guerras de Washington en Afganistán e Irak.

El propósito era el de mantener a Musharraf y las fuerzas militares en el poder, pero dándole Bhutto una cara más democrática al gobierno.

“La administración concluyó en el verano, que un acuerdo para compartir el poder con Ms. Bhutto pudiera ser la única manera que el General Musharraf no fuera derrocado,” escribió contundentemente el New York Times el 20 de octubre.

Desde el momento en que Bhutto regresó a Pakistán en octubre, sin embrago, quedó claro que Musharraf no tenía ninguna intención de cumplir su palabra en cuanto a este acuerdo.

En su primer acto público, en una enorme concentración en Karachi el 18 de octubre, Bhutto apenas escapó de ser asesinada por una poderosa bomba que mató a 150 personas, 50 de ellas, sus guardias de seguridad. En ese entonces, el gobierno también culpó a militantes islámicos, pero los seguidores de Bhutto dijeron a los reporteros que la electricidad en toda la zona se había apagado justamente antes de que hubieran estallado las bombas, y culparon al régimen.

Bhutto entonces fue detenida y confinada a su casa, desde la cual continuó denunciando a Musharraf, demandando que él renunciara a su puesto como líder de Pakistán. Su valor a enfrentarse frente a las reales amenazas a su vida aumentó el apoyo de las masas.

El PPP se reunió días después del asesinato de Bhutto y eligió a su hijo de 19 años, Bilawal Bhutto Zardari, y a su marido, Asif Ali Zardari, para encargarse del liderazgo del partido, manteniendo así esta rica dinastía en control del partido más grande de Pakistán.

Se espera que el PPP gane la mayoría de los puestos en las elecciones parlamentarias — si las permite el gobierno.

Nawaz Sharif, líder de la Liga Musulmana de Pakistán, quien fue el primer ministro hasta que fue derrocado por el golpe de Musharraf en 1999, ha llamado a que el general renuncie inmediatamente de la presidencia para que “un gobierno de consenso nacional” pueda ser formado.

La administración de Bush está ahora apurándose por tratar de volver a unir las piezas de su política. Su intento de crear un gobierno de coalición entre la dictadura militar y la oposición burguesa falló miserablemente. Después de años de apoyo de Washington a Musharraf, demandando aún que él sea más brutal contra sus percibidos enemigos, los sentimientos contra los Estados Unidos son más fuertes que nunca en Pakistán, tanto entre las fuerzas islámicas como entre las seculares.

La ya arruinada credibilidad de Washington con sus “amigos” ha terminado. ¿Quién entre las muchas figuras políticamente exiliadas alrededor del mundo confiaría ahora en su seguridad?

La situación parece estar lista para que los movimientos masivos de Pakistán demanden un fin a los acuerdos secretos, un fin a la intervención imperialista, y a la creación de un gobierno soberano verdaderamente democrático que esté comprometido a usar los recursos de la nación para cumplir con las necesidades urgentes del pueblo pakistaní de nutrición adecuada, vivienda, educación y cuidado de la salud.

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