EDITORIAL
Rumsfeld sacrificado
Hay gran satisfacción alrededor del mundo frente al despido
repentino del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld por parte de
George W. Bush. Por seis años Bush alabó enormemente a
Rumsfeld y lo defendió persistentemente ante todos los
críticos. Apenas una semana antes de despedirlo, Bush
había prometido al mundo que iba a retener a Rumsfeld hasta
el fin de su período presidencial.
No obstante, el día después del desastre republicano en
las elecciones de medio-término Bush inmediatamente se
deshizo de su arrogante y odiado arquitecto de la invasión y
ocupación de Irak en una abrupta ceremonia que duró
menos de cinco minutos.
Toda la humanidad progresista aplaudió con satisfacción
la expulsión del hombre responsable por los centros de
tortura en Abu Ghraib, en la Base Aérea Baghram y en
Guantánamo; por su defensa de la política de
rendición de la CIA; por las tácticas de detención
en masa y encarcelamiento arbitrario de miles y miles de
personas; por la implementación de la guerra y la
ocupación que han costado cientos de miles de vidas
iraquíes, y por la extensa destrucción de Irak y
Afganistán.
Pero estas no son las razones por las que Bush lo despidió.
La política de Rumsfeld es la política de Bush.
Entre los numerosos motivos para despedirlo está el hecho de
que hace algunas semanas la administración de Bush oyó
las resonancias contra la guerra del electorado. A pesar de las
negaciones de Bush, él y Karl Rove sabían que sin duda
los Republicanos iban a ser vencidos en las urnas. Buscando
alguna manera de apaciguar el sentimiento contra la guerra en
este país, Bush comenzó a negociar tras bastidores para
encontrar a un nuevo secretario de defensa.
Rumsfeld fue despedido también a causa de una rebelión
en el establecimiento militar porque él había ordenado
realizar la Misión Imposible: el conquistar y subyugar a las
masas anti-colonialistas iraquíes. Una serie de generales
retirados llamó a la renuncia de Rumsfeld anteriormente este
año. Pero el colmo llegó cuando el Military Times, uno
de los periódicos de la corporación Gannet que refleja
las opiniones de los jefes militares actuales, llamó a la
renuncia de Rumsfeld dos días antes de las elecciones.
Sobre todo, Rumsfeld fue despedido porque la resuelta resistencia
iraquí ha destruido la Doctrina de Rumsfeld. Esta doctrina
concibe el ganar guerras a través del uso de tecnología
avanzada, del despliegue rápido de fuerzas especiales, y del
uso de poder aéreo masivo para “chocar y
espantar”, evitando así recurrir al impopular
reclutamiento militar obligatorio. Su doctrina subestimó
completamente la tenacidad de los iraquíes
anti-colonialistas para luchar contra la esclavitud.
Bush pudo retener a Rumsfeld solo hasta que se vio claro que las
fuerzas estadounidenses en Irak habían ido de mantener un
estancamiento, a perder todo el control en tierra — tanto
en Bagdad como en otras ciudades claves.
El reemplazo de Rumsfeld, el ex-director de la CIA Robert Gates,
que sirvió en la administración del primer Bush, es
miembro del Grupo de Estudio de Irak. James Baker, un asesor en
esa administración, y el ex-congresista Lee Hamilton, un
demócrata, encabezan este grupo, cuya verdadera meta es
encontrar una resolución para el imperialismo estadounidense
en cuanto a su crisis en Irak.
Los líderes del Partido Demócrata, cuando que
están obligados a decir lo que van a hacer sobre Irak, se
refieren uniformemente al Grupo de Estudio de Irak y a su
esperado reporte como si fuera la salvación mágica de
la situación. En suma, los Demócratas no tienen
ningún plan.
El dilema del imperialismo estadounidense en Irak es el
siguiente: no se puede quedar porque la resistencia se está
haciendo más fuerte cada día; pero tampoco se puede
salir porque quiere evitar conceder su derrota (y no quiere dejar
todo ese petróleo). El Pentágono es impotente para
detener la resistencia pero la clase dominante teme ser un
“superpoder” humillado por un ejército popular.
Ningún grupo de estudios puede encontrar la salida a este
dilema.
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