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EDITORIAL

Sublevación en Afganistán expone mito estadounidense

Miles de afganis corriendo el riesgo de morir, se han manifestado y protestado en Kabul desde el 29 de mayo, tirando piedras a estadounidenses y a otros extranjeros. A los afganis le han disparado y algunos fueron asesinados después de un fatal choque de automóviles el 29 de mayo que involucró a vehículos militares estadounidenses. La explosión de furia popular expuso un mito de la Casa Blanca.

Lo que hizo el “accidente” y la sublevación que siguió fue despejar el mito de estabilidad política que Washington había creado sobre su gobierno títere en Kabul.

No, la situación no será solucionada reparando los frenos en las camionetas estadounidenses. No, las nuevas fuerzas de la OTAN alistadas para remplazar las tropas estadounidenses no mejorarán la situación. No, no saldrá todo bien si se prueba que las tropas EEUU no dispa ra ron hasta que alguien les disparó antes — lo cual es dudoso de todos modos. No, unos puestos más de trabajo para jóvenes afganis desempleados no conquistarán sus corazones y sus mentes.

La mayoría de las 24 millones de personas hambrientas de Afganistán odia la ocupación estadounidense y unas migajas no les van a ganar su favor.

Esta historia no empezó el 29 de mayo. Desde hace décadas el imperialismo estadounidense ha intervenido en Afganistán, siempre en perjuicio de su pueblo. Olvidémonos de la propaganda de Washington contra el “Islam fundamentalista” y los jefes militares locales. Después de una revolución allí en 1978, Washington dio miles de millones de dólares en efectivo y armas a los líderes religiosos reaccionarios y jefes militares para suplantar un régimen progresista que tuvo la audacia de educar a mujeres y promover los derechos de los campesinos. Éste provocó al gobierno anti feudal pedir ayuda soviética, pero no fue lo suficiente para competir con el ejército ayudado por Washington.

Después que se fueron las tropas sovié ticas y lo que quedó de la revolución del 1978 fue ahogado en sangre en los años 90, Afganistán fue gobernado por jefes feudales que competían entre sí. Ellos fueron derrocados por el Talibán respaldado por Pakistán. Al comienzo, Washing ton recibió este cambio con bene plácito. Sin embargo, la invasión estado unidense de 2001, con el supuesto propósito de eliminar a las fuerzas de al-Qaeda dirigidas por Osama Bin-Laden, expulsó al Talibán y llevó a la situación actual.

El mito de la Casa Blanca es que un gobierno central democráticamente elegido en Kabul dirige legítimamente el país pero se enfrenta a una “insurgencia del Talibán” dirigida por “terroristas” en ciertas provincias distantes, y que las tropas estadounidenses y de la OTAN están ayudando a este gobierno a controlar y finalmente derrocar a los “terroristas”.

La verdad — y esto es lo que la rebelión del 29 de mayo sirvió para clarificar
— es que los jefes feudales basados en un comercio de opio facilitado por los Estados Unidos, mandan en varias provincias, y que la “insurrección Talibán” está haciéndose un movimiento nacional de resistencia contra la ocupación extranjera, y también que la mayoría de afganis ve a las tropas estado unidenses y de la OTAN como fuerzas brutales y arrogantes de ocupación.

Hamid Karzai, quien era un ejecutivo de la compañía estadounidense de energía Unocal, es supuestamente el presidente de todo el país pero ya está siendo llamado “el alcalde de Kabul”.

El Pentágono de Rumsfeld pensó que con el “susto e intimidación” (shock and awe), podía conquistar el mundo. No puede ni siquiera controlar a Kabul, y el 29 de mayo del 2006 será visto como el momento crucial que hace ver esto claro.


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